Castellón, en busca de su origen varietal

25 abril 2024

En Viver, un pequeño pueblo en el interior de Castellón, camino a la vecina Teruel, se encuentra una cooperativa que aglutina cerca de 500 agricultores y que elabora aceite, nueces, almendras y, como no, vino. Hasta ahí todo es normal, una cooperativa ubicada en la zona del Alto Palancia, que va haciendo camino con sus productos locales. Sin embargo, entre sus cuatro paredes, llevan años trabajando en un proyecto que, bien ejecutado, puede convertirse en una interesante vía de crecimiento para toda una IGP como Castellón.

Paisaje del Alto Palancia, en la provincia de Castellón

Castellón tuvo un importante pasado productor, pero como en muchos otros rincones de España la filoxera arrasó sus viñedos y no siempre se replantaron. Lo que vino después tampoco fue de gran ayuda. En la provincia hubo una proliferación experimental de nuevas cepas, bautizadas como híbridos directos. Estas plantas eran resistentes a la filoxera y también a algunas enfermedades criptogámicas, pero no acabaron de ofrecer la calidad esperada, por lo que fue cuestión de tiempo que se prohibiera la comercialización de estos vinos y que posteriormente se subvencionase el arranque definitivo de estas plantas. Sea como fuere, Castellón pasó de tener 47.329 hectáreas en 1889 a las escasas 800 que posee en la actualidad.

El presente de Castellón como Indicación Geográfica de Procedencia no es muy alentador. Aunque existen trabajos interesantes, a nivel global, sus 16 bodegas no consiguen ofrecer un perfil local y propio. Existen variedades que poco tienen que ver con el terreno y los vinos resultantes no acaban de colmar las expectativas de los buscadores de vinos de gran calidad. Muchos vinos adolecen de un exceso de madurez y además son sometidos a crianzas invasivas lo que les impide alcanzar altas puntuaciones. A pesar de todo tienen buenos argumentos con los que trabajar. Poseen variedades interesantes para que aflore toda la identidad del terreno. Hablamos de uvas como la monastrell, garnacha, garnacha tintorera o las blancas moscatel, macabeo o tardana (planta nueva), capaces de aportar todo el carácter mediterráneo que impera en la región de Castellón.

Variedades perdidas que pueden apadrinar un nuevo futuro en la zona

Sucede que en este rincón montañoso donde nos hemos dirigido, Viver, se está haciendo un importante trabajo de recuperación de variedades históricas en la zona, como son la Pampolat, Mondragón y la Morenillo de la Hoya, tres variedades locales que tuvieron repercusión en un pasado no excesivamente lejano. La culpa de todo esto la tiene Paco Ribelles Lozano, Director del Área Agro de la Cooperativa Viver, y su obsesión por encontrar algo propio y diferenciador que sirviese de revulsivo para la zona.



El punto de partida llegó con unas reveladoras palabras del célebre Nicolás García de los Salmones en la revista Economía y Técnica Agrícola publicada en mayo de 1935 (número 37). En esta publicación, Salmones, eminente ingeniero agrícola e importante estudioso del impacto y la adaptación del viñedo de Europa tras la filoxera, alertaba del error de los viticultores españoles de modificar sus variedades históricas en favor de uvas “nuevas”, importadas de otros países. Un error manifiesto por su falta de adaptación y resistencia a los problemas locales derivados del clima, aseguraba. No sólo eso sino que este problema habría impactado de lleno en la calidad de los vinos resultantes.

Con todo, en el artículo titulado Una Charla de Vinos: Las Clases de Vid Cultivadas y los vinos obtenidos, recoge las variedades históricas que en el pasado fueron “tratadas con elogio” en toda España, como es el caso de la desconocida Pampolat y la Morenillo, está última procedente originalmente de Terra Alta, aunque según los últimos estudios parece que Castellón podría tener otra variedad conocida como Morenillo de la Hoya y que difiere de su vecina catalana.

Del documento histórico a la realidad

Tras la identificación de los varietales históricos en el papel Paco Ribelles contacta con la Consellería de Valencia para conseguir más documentación varietal y descubre que no sólo tenían localizadas algunas de estas variedades, sino que además disponían de material vegetal para reproducirlas.

Han tenido que pasar los años para que los injertos fructificasen y ofreciesen estas nuevas uvas con las que experimentar elaborándolas. Para ello tuvieron que localizar a la persona que pudiese aportar la sensibilidad necesaria al proyecto y esa persona fue Pepe Mendoza (Casa Agrícola), figura clave en la evolución actual de los vinos levantinos de calidad. Su entrada en 2021 fue un revulsivo al proyecto que terminó de culminar con la incorporación de Jaume Soler, experto en variedades autóctonas y que colabora habitualmente con la Universidad Politécnica de Valencia, quien aportó todo su conocimiento ampelográfico y agronómico, para conseguir un correcto desarrollo de las variedades injertadas.
Así es como nace esta búsqueda de la identidad, con resultados dispares. La elaboración de estos vinos monovarietales ha sido posible gracias a que estos injertos han ido creciendo conforme han pasado los años, más de cinco para ser exactos.

Los vinos, resultados dispares pero prometedores

No siempre todo acaba alcanzando los resultados deseados. A nuestra copa llegaron dos de los tres monovarietales, Pampolat y Morenillo, pero no tuvimos ocasión de evaluar el Mondragón, ante las dificultades que tuvieron en conseguir que el vino alcanzase un determinado grado alcohólico. Habrá que ver cómo evoluciona esta última variedad conforme lleguen a dar con su correcto cuidado en el viñedo, pero tendremos que esperar para verlo. Lo que si pudimos ver es la potencialidad de la Pampolat y la Morenillo, en dos vinos muy raciales, frescos, y silvestres.

Pampolat, silvestre, frutal y floral

En los últimos años, están proliferando los vinos menos estructurados. No son ni mucho menos la única tendencia, pero conviene destacar que su llegada supone un añadido a la diversidad de estilos que hasta ahora se elaboraban. Les invito a leer uno de nuestros últimos post al respecto de los vinos mediterráneos (Vinos mediterráneos). La pampolat que pudimos catar nos mostró un vino de nuevo cuño. Un vino muy primario por su elaboración, muy expresivo en nariz, afilado, con presencia de fruta roja ácida, notas de hierbas silvestres y fondo de regaliz. En boca es sabroso, con tensión y finura

Morenillo, austeridad y esencia de suelo

Por el contrario la morenillo nos mostró otro perfil más austero. Este vino se elaboró con dos morenillos, el de Terra Alta y el Morenillo de la Hoya, una completamente variedad diferente. En el vino catado, añada 2021 en ambos casos, hay una predominancia del Morenillo de la Hoya, si bien no queda claro qué variedad aporta qué matiz ante una elaboración conjunta. Lo que sí podemos decir es que a nivel organoléptico presenta una nariz más austera, lo que nos permitió ver más el carácter de suelo dentro del vino.

Estas variedades se encuentran plantadas en una parcela de media hectárea, ubicada en el Alto Palancia, entre las sierras de Espadán y Calderona, sobre unos suelos muy férricos de rodeno (cuarzo y feldespato).
El tiempo dirá si todo este trabajo acaba por calar en toda la región. De momento las perspectivas de crecimiento se antojan francamente interesantes en una zona que ha permanecido ajena a la revolución del vino iniciada en zonas más consolidadas como Priorat, Jerez, Jumilla o Alicante. El mediterráneo es motivo de orgullo y los vinos de este perfil tienen todavía mucho que decir al consumidor de vinos de calidad e identidad propia.

    Escrito por Javier Luengo, director editorial de Peñín

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